En el Taller d'Escriptura Creativa de la Biblioteca de Bigues nos han propuesto escoger dos personajes antagónicos, de épocas diferentes y enfrentarlos o que uno de ellos desriba al otro. Cómo tenía pendiente el ejercicio de diálogo se me ocurrió esta escena un tanto estrámbotica.
—¿Y bien, dice
usted que le vio anoche en el patio?
—Sí, salí a
pasear y entre la bruma vino a mí como un fantasma, con los ojos repletos de la
ira inconfesable de quien deja su ser en manos de un vástago que no puede
defenderle de su pronta muerte.
—Pero, según
parece ya estaba muerto, ¿no es cierto?
—Las pérfidas
Moiras habían cortado sin piedad el hilo de su vida y ahora estoy aquí, penando
más que alerta porque su muerte es la mía y su sueño eterno mi castigo.
—¿Y por qué
piensa que fue asesinado?
—Mi tío ocupó su
lugar, no solo en el trono sino en el lecho de su viuda, mi madre. ¿Cómo puede
un hombre quedar impertérrito y tocar el cuerpo de la que un día fue la más
amada de su propio hermano?
—No le quito la
razón, señor… ¿Cómo ha dicho que se llama? ¡Bah! Tampoco me importa demasiado,
pero veo por aquí demasiados sospechosos de ese crimen. Esa chica de pelo suelto
y cara de cadáver que hace un rato ha pasado por aquí…
—Ofelia, mi
amada. Deambula como un alma en pena porque no puedo darle algo que no siento,
me han robado el alma y el corazón.
—Y ese que se
oculta tras un tapiz…
—Su padre. Un ser
despreciable, un demonio que desea mi muerte como deseaba la de mi padre. Mi
venganza también caerá sobre él y sobre toda su descendencia. ¡Rata inmunda! No
quedará un solo ser en la tierra libre de mi ira.
—Es muy probable.
He observado que cada uno de ellos esquiva la mirada del otro lo que indica que
se sienten culpables, ese señor que hemos viso rezando no podía soportar las
lágrimas, sin duda es el asesino. Y su madre, La reina… ¿dónde estaba ella en
el momento en que murió su esposo?
—Seguramente se
retorcía como una furcia en otro lecho.
—¡Oh! Una
arriesgada observación. Por cierto, ¿por qué lleva una carabela en la mano?
—La recogí del
cementerio, perteneció a un gran bufón de la corte. Y como bufones que somos
todos en esa obra que es la vida, intento explicarme por qué él yace en el
lugar de los sueños y nosotros nos retorcemos en ese mundo de calamidades y
envidias. Quisiera dormir como él, ajeno a todo, pero pienso que también es un
engaño. Ser o no ser, esa es la cuestión.
—Elemental, mi
querido príncipe.